Solicitan intervención del Municipio

Vecinos de barrio Dieciocho luchan contra ruidos molestos

Los moradores de 50 departamentos de un barrio patrimonial santiaguino están siendo afectados por los ruidos molestos que se generan en la intersección de las calles Dieciocho y Padre Alonso de Ovalle, en la céntrica comuna de la capital chilena. Por ahora confían en que las Municipalidad de Santiago les ayude, pero están dispuestos a recurrir a todas las instancias que sean necesarias con tal de recuperar su deteriorada calidad de vida.

Ruidos_Molestos

El pasado 25 de mayo, Día del Patrimonio Cultural en Chile, 23 vecinos de la Comunidad Edificio San Vicente de Paul, le hicieron llegar una carta a Carolina Tohá, alcaldesa de Santiago, para que el Municipio haga respetar el derecho de los ciudadanos a vivir en un ambiente libre de contaminación, en este caso, acústica, en especial en un área patrimonial y declarada “zona típica”, como es el histórico barrio Dieciocho.

Esta situación la padecen desde hace varios años, en que, de manera inexplicable, la municipalidad otorgó permiso a dos cantinas ubicadas en el número 105 (A y C) de la calle Dieciocho, para que coloquen mesas y pisos en la vereda, justo debajo de unas 50 habitaciones, ubicadas en dos edificios (Dieciocho Nº105 y Padre Alonso de Ovalle Nº1609).

En estos boliches, llamados “El Rincón” y “La Chorrichela”, de lunes a viernes, entre las 18 y las 00:30 horas, se sientan clientes, en su mayoría jóvenes que estudian en los institutos que existen en ese barrio, a beber cervezas, por lo que se produce un fuerte bullicio que molesta a los vecinos.

Es más, se denuncia que hay días en que, después de cerrar las cantinas, los muchachos en estado de ebriedad siguen merodeando por los alrededores, por lo que el ruido y las molestias prosiguen hasta pasada la una de la madrugada (uno de los conserjes del Edificio Alonso de Ovalle indica que varias veces esas personas han orinado en las entradas del condominio).

Debido a que ambas calles son estrechas, el ruido que se genera a nivel del suelo, se percibe en forma ampliada a partir del segundo piso de los edificios. Bien es sabido que los ruidos molestos constituyen una de las causantes del stress y de los problemas en salud mental de la población.

Una vecina que prefirió el anonimato, afirmó: «Hace años que padecemos la tortura de los ruidos molestos, los cuales perjudican la ya deteriorada salud mental de los santiaguinos. Es el colmo que la Municipalidad permita esta aberración. Este es un barrio patrimonial y no debiera tener todas las noches a jóvenes embriagándose y molestando a los residentes. En Chile sufrimos un grave problema de alcoholismo adolescente y juvenil, y se dan el lujo de autorizar a dos cantinas al frente de un colegio y de un instituto profesional. Si los muchachos quieren beber, pues que vayan a hacerlo a las schoperías que hay en la Alameda (a una cuadra de ahí), y que nos dejen tranquilos».

Para poder dormir, los vecinos afectados -que incluye a niños pequeños y ancianos- han recurrido a diferentes técnicas: tapones en los oídos, pastillas para conciliar el sueño, ver televisión a gran volumen hasta medianoche, instalar doble ventana (con un costo mínimo de 120 mil pesos cada una), etc. Tampoco ha faltado que, una mujer de la tercera edad, desesperada por lo que ella denomina «suplicio chino» sufrió una intoxicación por exceso de pastillas para dormir. Ella misma declara que no entiende cómo la Municipalidad pudo entregar permiso para que las cantinas utilicen la acera que está bajo su departamento, pues evidentemente es un descriterio absoluto. «No comprendo la falta de sensibilidad y conciencia de los funcionarios municipales que dieron el permiso, de los dueños de las cantinas ni de los clientes, que egoístamente sólo se preocupan de sus intereses y deseos, sin importarles las molestias y el daño que hacen a los vecinos», añade.

UNA ‘ZONA DE SACRIFICIO’

A esta fuente de ruidos, el año pasado se sumó una nueva: la instalación, con el poco criterioso permiso de la DTPM (Transantiago), de una garita de buses en el paradero PA703, situado en dicha esquina, la que es utilizada por las líneas 229 (de la empresa Subus) y 301e (de Vule). Los vehículos, hasta cuatro a la vez, se estacionan con los motores encendidos -entre las 05:30 y la 01:30- todos los días, provocando un molesto ruido que se escucha a gran volumen en los departamentos.

Además, estas garitas informales no cuentan con ninguna condición mínima para los choferes (baños, techo, sillas), lo que constituye una clara violación a la dignidad de los trabajadores. Y, lo otro, es que los buses estacionados (tal como se puede ver en la foto de la cabecera) obstaculizan la vista de los peatones que deben cruzar por el ‘paso cebra’, y de los conductores de autos que transitan por allí, por lo que hace un par de semanas un transeúnte resultó herido al ser arrollado por un vehículo.

Esta fuente de ruidos fue denunciada a la Seremi Metropolitana de Transporte y al Transantiago, quienes indicaron que se debía reclamar directamente a las empresas de buses. Se le envió cartas a Subus, quienes respondieron que han dado instrucciones a los choferes para que apaguen los motores una vez que se estacionan. Obviamente, este instructivo poco se cumple y el problema continúa. Por este motivo, en la carta los vecinos solicitan que esa garita se traslade a otro lugar en que no moleste a los residentes.

Desde hace años algunos vecinos en forma individual han reclamado por estos hechos, tanto en Carabineros, como a nivel ministerial y municipal, pero sin resultados hasta ahora. Sólo este año se logró una acción colectiva, la que coincide con las primeras asambleas que se realizan en la Comunidad Edificio San Vicente de Paul (CESVP), después de seis años sin que se efectuaran. Los propietarios eligieron un Comité de Administración, lo que facilitó la recolección de las firmas.

El Ciudadano conversó con algunos de los moradores que firmaron la carta (que adjuntamos al final), pero no quisieron identificarse de manera individual, por temor a las represalias de los propietarios, administradores y clientes de las cuestionadas cantinas.

El Edificio SVP fue construido en 1997, con la perspectiva de que la gente repoblara un barrio histórico que, se suponía, iba a mejorar y le entregaría un vivir tranquilo. Pero al cabo de algunos años, comenzaron los problemas con las cantinas, primero con una ubicada en la esquina nororiente, la cual, según una antigua vecina, provocaba continuas molestias. Incluso, relata, lograron que cerrara pues la policía de civil descubrió que se efectuaba tráfico de cocaína en su interior. Finalmente, ese boliche desapareció cuando el Duoc compró el edificio.

El fastidio y la impotencia de los vecinos ha llegado a tales niveles, que muchos de ellos han preferido cambiarse a otros barrios menos bulliciosos. Incluso, el pasado 2 de mayo, un residente ofuscado tiró hacia la calle todas las mesas y pisos que la cantina “La Chorrichela” tenía en la vereda; ante lo cual, llegó carabineros, lo detuvo y pasó una noche en un calabozo de la 2ª Comisaría de Santiago.

Al día siguiente, fue llevado esposado a los tribunales, en donde se le inició un juicio por daños a la propiedad privada. El acusado, quien prefiere mantenerse en el anonimato por el momento, indicó que le parece el colmo que los propietarios de la cantina estén pidiendo $ 120 mil de reparación, siendo que su familia ha sido la que por años ha sufrido con las molestias de los ruidos que provoca dicho boliche. Incluso, agrega, han debido gastar más de 150 mil pesos colocando dobles ventanas y cortinas para aminorar en algo el ruido. «Por lo demás, asegura, los pisos que se dañaron los repuso gratis la CCU a los pocos días, lo que significa que la cantina no gastó ni un peso; lo cual da cuenta de la calaña de personas que regentan ese antro», sentenció.

Una de las propietarias que vive hace una año y medio en el departamento (lo compró nuevo en 1997, pero ella vivía en esa época fuera de Chile), comenta que anteriormente vivieron ahí sus hijos, los cuales también fueron víctimas de los ruidos molestos. Explica que desde que llegó a vivir, a comienzos de 2013, se acercó tanto a los choferes del Transantiago, como al encargado de La Chorrichela, para pedirles que hicieran algo para disminuir los ruidos, pero que nada se logró cambiar. También denuncia que de todas las veces que llamó al número telefónico de Carabineros, sólo una vez vinieron a controlar los ruidos, pero que nunca más aparecieron; lo mismo ocurrió con el servicio de Seguridad Ciudadana de la Municipalidad.

El Ciudadano ha intentado comunicarse con directivos del Liceo Abdón Cifuentes (Dieciocho Nº116), del Duoc (Alonso de Ovalle Nº1586), y con el Centro Médico Los Héroes (Dieciocho Nº45), para que se pronuncien por la presencia de las aludidas cantinas, pues están ubicadas a menos de 100 metros de sus respectivas entradas principales, lo que viola el Artículo 8 de la Ley de Alcoholes.

Otro de los vecinos afectados acotó que no puede ser que el centro de Santiago se haya convertido en otra ‘Zona de Sacrificio’, en que la gente tenga que resignarse a padecer la contaminación atmosférica y acústica y «nadie le ponga el cascabel al gato».

MUNICIPALIDAD DE SANTIAGO

Y, en este caso, la ‘guinda de la torta’ la pone el estruendo que produce todos los días, cerca de medianoche, el camión del servicio municipal que recoge la basura, el cual, para activar su sistema hidráulico, debe poner a rugir sus motores al máximo, convirtiéndose en otra causa de stress para los habitantes de este atribulado barrio.

Los vecinos de la CESVP, que sólo este año han logrado organizarse en asamblea y comité de administración, ya habían hecho reclamos el año pasado ante Carabineros, la Seremi de Salud y de Transporte, y Juzgado de Policía Local, pero sin resultados. Interpusieron varios reclamos en la Municipalidad de Santiago y enviaron cartas a Claudia Pascual, ex concejala -y actual ministra del Sernam-, y al director de Inspección, cargo que hoy ocupa Patricio Hidalgo.

Producto de estas gestiones, el municipio envió a sus técnicos a medir la intensidad del ruido, lo cual se hizo el viernes 9 de mayo, pasadas las 23 horas, en una noche muy fría, por lo que no había tanta gente bebiendo en la acera como otros días; así y todo, la medición dio un promedio de 56,3 db. Y, en virtud del Decreto Supremo 38, la nueva norma de emisión de ruidos molestos, establece que en Zona II (mixtas) la máxima permitida después de las 21 horas se rebaja de 50 a 45 db, por lo que a todas luces esta situación está violando la normativa, tanto la antigua como la actual. Esta nueva norma entró en vigencia el 12 de junio de este año, y su fiscalización corresponde a la Superintendencia de Medio Ambiente.

El Ciudadano envió una copia de la carta a Carolina Tohá, a la nueva seremi metropolitana del Medioambiente, Grace Hardy, pero aún no recibimos respuesta.

COORDINADORA BARRIAL

Este caso también ha servido para que los vecinos tomen conciencia de que en forma individual y aislada no lograrán solucionar sus problemas comunes ni desarrollar su querido barrio. Es por esto que desde ahora algunos residentes de la CESVP están en conversaciones con los conserjes, administradores y miembros de los otros comités para intercambiar experiencias y llegar a conformar una agrupación que integre a los vecinos del barrio patrimonial Dieciocho.

Sin ir más lejos, el conserje de otro edificio, ubicado en la esquina de Dieciocho con la Alameda, cuenta que la administración debió recurrir a la Seremi de Salud, para obligar a un bar que existe abajo, a que invirtiera en instalar aislación acústica, pues la música y el bullicio de la clientela molestaban a los vecinos hasta altas horas de la noche.

Además, algunos moradores han tomado contacto con Rosario Carvajal, dirigenta vecinal de otro barrio patrimonial (Yungay), en vistas a que los asesore en el proceso de conformar una coordinadora territorial.

Este invierno, gracias al frío y la lluvia, ha disminuido la presencia de clientes bebiendo en las veredas, pero los vecinos saben que si no logran que la Municipalidad enmiende el error de haberles dado permiso para ocupar esas veredas, tendrán que sufrir otra temporada de primavera-verano con los torturantes ruidos molestos.

CARTA A LA ALCALDESA CAROLINA TOHÁ

El Ciudadano

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