Impactos del contexto en el espacio y el tiempo

Por Simón Rubiños Cea / Están pasando rupturas

Por Absalón Opazo

04/07/2020

0 0


Por Simón Rubiños Cea / Están pasando rupturas. No necesariamente de relaciones sentimentales, aunque también.

No, de esas no.

Rupturas espacio-temporales entre nosotros. Había costado tanto reunirnos, mirarnos a las caras, encontrarnos sin buscarnos. De todos lados, la gente salió, marchó cuadras junto a unas personas, y otras cuantas cuadras con otras más, diferentes; todos y todas reunidos por algo común, algo mejor.

No, ahora no,

Nos sacaron del conjunto y nos pusieron en nuestro metro cuadrado, alejados entre nosotros, olvidando cuanta cara vimos desde entonces. Pusieron un vacío forzoso entre nosotros. Como dos vidrios que entre sí guardan un gas noble, que de noble esa palabra tiene poco.

La distancia llegó como el mejor remedio para detener algo cuyas verdades desconocemos, pero que evidencia va dejando.

Sin embargo, el espacio como solución no llegó solo, también se apoderaron del tiempo. No tan solo es la separación, sino también cuánto tiempo se esté separado. 14 días, dos semanas, claustro que tampoco asegura recuperación; es una estimación que funciona. El problema es que nadie confía en los que tienen que hacer el ambiente de legitimidad para que la gente se convenza de que las medidas funcionan; los que tienen que construir legitimidad no confían ni en sí mismos.

Los voceros vocean vociferaciones vociferantes, y al día siguiente salen a desdecir lo que dijeron cuando dijeron que dijeron, porque querían decir otra cosa. Por lo tanto, el reino de nadie.

Por otra parte, el tiempo no solo fue apropiado en este sentido: también, es el tiempo que tenemos que estar separados. Vamos para 120 días – que bonito número; qué hartos días.

Rompieron el espacio entre nosotros y lo volvieron distancia; rompieron el tiempo entre nosotros, y lo volvieron aislamiento.

De todas maneras, hay quienes buscan caminos para saltar esa brecha, infringiendo las mancilladas medidas del gobierno rompiendo el aislamiento de manera física, o bien mediante la virtualidad que predijo Kubrick en su momento.

Estas situaciones como tal, configuran la no-ausencia, donde ya no es necesario estar presente para estar, quitando la esencia ontológica que define la presencia. Ahora, estar es no-ausencia, la cual como el edulcorante al azúcar, no reemplaza al estar presente. Habrá quienes dirán que con el pensamiento basta para estar presentes, pero convengamos que un abrazo no sabe igual darlo que leerlo.

No-ausencia, significa ahora tomarse un trago por cámara, cocinar juntos por videollamada, ver una película al tiempo y comentarla por mensajes, entrenar siguiendo unos videos, jugar FIFA online, juntarse a jugar Mario Kart compartiendo un código.

El invierno ya no moja, las micros pasan vacías, ahora las excusas son otras para estar offline.

No-ausencia, significa clases en línea, desconcentrarse no conversando con quien se sentó al lado sino por sopor producto de una sobredosis de lúmenes, o porque mientras escuchamos el relato del mismo PowerPoint del año pasado, del curso anterior, hay una infinidad de cosas que ahora distraen y que antes no estaban disponibles por estar en casa.

No-ausencia, corresponde a recibir visitas de alguien de la familia de tu país natal, que se enferme y por culpa de otros le tengan que trasladar de región, y que sus hijos por allá lejos tengan que ver el funeral por cámara.

No-ausencia implica que nosotros no podemos y ellos tampoco, pero ellos son impunes si lo hacen y nosotros no… Ah, no, no, eso es violencia, pero esa es otra ausencia.

No-ausencia, significa también que mientras yo, tu, él, ella y las diversidades que ahí no caben, nos estemos separando, nos estamos cuidando.

Sin embargo, no ausencia también que hay procesos de formación de amistades infantiles rotos, y en los casos que puedan se juntan por videollamada a jugar, cada uno con su teléfono, en su casa, en su metro cuadrado, si es que tienen los medios materiales para ello.

Hay recreos forzados a descansar, esperando a que vuelvan a jugar en ellos.

No-ausencia es ser vulnerable y no tener plata para la comida diaria y no poder salir a vender y ni a protestar porque se tiene hambre… ah! Pero eso también es violencia.

No ausencia significa protestar con un gato-numeral-grilla-hashtag y demostrar el descontento por algo que pasa allá pero que acá también, pero allá es más significativo que acá y está de moda. Eso es la no-protesta, pero también cabe aquí.

No-ausencia es añorar patear un balón al arco y fallarle con escándalo y culpar a la cancha porque está rara.

En resumen, no estamos presentes, estamos no-ausentes. rompieron el espacio entre nosotros; no hemos estado presentes, hemos estado no-ausentes. Rompieron el tiempo entre nosotros.

Y en el intertanto, hemos despedido a varios de los nuestros, y la indolencia de quienes erraron en evitar una parte no se detiene, sino crece y se sostiene, y estas personas también se sostienen en sus asientos, y rompen sus medidas para comprar vino, y la gente cuestiona su salud porque ya parece un circo, y les da lo mismo. Cambian un nombre, ponen a otro para criticar con el pétalo de una rosa a su antecesor pero decir lo mismo y hacer nada.

Y les da lo mismo, porque en algunos lados buscan que acuerdo hacer para favorecer al amigo ese que le puso los pesos que le faltaban para tener más carteles, que es más directo que lo que hacen los otros en el otro lado, que se juntan con los de cuello blanco que se imponen sobre las planicies blancas y les piden verdes para pagar palos blancos.

Y les da lo mismo, porque siguen desalojando gente que para no ser – o por haber sido, todo es cosa de tiempo – desalojados de otros lados, se convierten en colonos más allá de las fronteras que suponen las últimas calles de asfalto por allá lejos. Su error fue haber llegado al lote de alguien que por años buscó sacarlos, y logró que se activaran las palancas mientras estamos no-ausentes.

También les da lo mismo, porque mientras hay quienes salen a reclamar por hambre, les envían palos que no prenden y gases que no calientan; porque mientras piden una ayuda, les dicen que no o discuten cuanto es lo mínimo y si es que ofrecer un décimo de lo que necesitan es lo suficientemente miserable como para impregnar de miseria al beneficiario, o hacen tremendos sacrificios para rebajarse el salario en la mitad de la mitad prometida porque que atroz comprar fideos marca nacional de lujo y no pasta internacional de sobra.

Y les sigue dando lo mismo porque invierten en caviar, mientras la palabra hambre se proyecta en un celular; y cuando hablo de hambre, me refiero a esas familias de las que algunas personas se burlaron porque tienen sobrepeso por llevar una dieta de arroz, fideos y papas porque no les alcanza para otras cosas, y no esa hambre de pescado envuelto de algas, la cual pueden satisfacer mediante el dispositivo de no-ausencia de exponer a un migra a pararse frente al restaurante predilecto para traer en bici hasta la casa manjares que las manos aun no están entrenadas para preparar.

Y les da lo mismo porque se inventan medidas para sostener negocios grandes, moviendo platas de un lado para otro, evitando a todos pagar platas que servirían para todos como un descuento que es anulado porque los negocios grandes suben el equivalente unos días antes.

Mientras.

Mientras, estamos disgregados en metros cuadrados, como nuevas islas de dos metros de diámetro meses después que habíamos podido reencontrarnos, que justo se habían alineado las estrellas y nos dimos cuenta que al que está en la fila esperando transporte público le preocupan las mismas cosas que a mí; que la cuota del crédito estudiantil llega cuan cierto llega la muerte y las cuotas del banco; que la carne a crédito sabe igual que la carne al contado, pero la digestión dura hasta 6 meses porque si dura 3 la digestión cuesta más: comprar carne que se digiere en horas y no en meses también es una cuestión de clase.

Obviamente, lo anterior es solo una mirada, hay millones de otras miradas, cuantas islas de dos metros haya. Y obviamente, es preferible la no-ausencia que la ausencia.

En el intertanto, hay quienes se arrojaron a las masas, otras a la pinturas, al baile, a estudiar, a escribir, a aprender un instrumento, a hacer yoga, a la cuchara en la olla, a leer, a regar las plantas, no más fat, ahora fit; a bajar esos kilos, a subir otros kilos (porque los que se pierden en un lado no son los mismos que se ganan en otro), a arreglar ese maldito desperfecto del hogar que penó por años, a sacar esa tesis a punta de memes, también, lamentablemente, hay quienes que se sumen en la preocupación, y la ansiedad se les desborda como espuma de cerveza mal servida, hay otros que se arrojaron a todo, mientras que hay otros que se arrojan a las calles a vender gaseosas embotelladas o pegar ladrillos porque no queda de otra. ¿un segundo, tercer o cuarto idioma? También. Hacerle un Instagram a la mascota, no, ese se le hizo antes, pero ahora lo tiene actualizado. Muebles nuevos, con un pedazo de madera que encontramos; acuarelas, ahí van; la serie que tanto se quería hacer ver, fue más vista que nunca por quienes tanto prometieron haberla visto; las películas, los clásicos, Simone de Beauvoir, los versos más machistas de esta noche, también se están leyendo. Hasta la astrología y la pseudohistoria han tomado vuelo. Casinos en línea, echemos una moneda virtual, o mil. Compremos algo en línea, deme tres de eso y cuatro de ese.

Teletrabajar, teleproducir, teleexplotarse, telecomunicaciones, telefonía, teleconferencia telerrealidad, telegrama… no, ese no.

Telerrealidad, el tejido social se ha roto temporalmente, algo tendría que quedar de este último tiempo, ¿no?

Al comienzo de la ruptura espacio-temporal, los productivistas utilitaristas denunciaban a los reflexionistas y a los descansistas, y a los estanquistas, y los demás, de que si no salían hablando esperanto y escribiendo en chino, la no-ausencia sería un despropósito.

Estaban equivocados; la convocatoria era a señalar que el que salga igual que al principio, no avanzó.

Pero, ¿avanzar para dónde? El anhelo era que cada quien encontrara su forma para construir algo de sí, lo ideal mejor, como progreso propio, siempre y cuando ello fuere posible. Que perdonara, que aprendiera a amar, a soltar, madurar. No todas las islas tienen la obligación o posibilidad de eso, y aun así el llamado a no ser igual que el comienzo es tautológico, porque nadie, nadie saldrá igual de esto.

Meses de incertidumbre, de vigilia permanente, de lavarse las manos hasta resecarlas, de teletrabajo y crianza permanente claramente dejarán huella.

Y una de esas huellas será el recuerdo de este momento histórico, la pandemia, la descendencia nacida en pandemia, la generación pandemial, los libros del colegio con las fotos con tapabocas, de juntarse a conversar y tocar el tema, así sea a veces un simple: “y a vos, ¿dónde te pilló?”

Y otra huella será el recuerdo de la no-ausencia, de hábitos transformados sutilmente, permanentemente,

Y otra huella será la irrupción de los protocolos de bioseguridad, y los fantoches que citarán a Foucault cuando hablen del tema,

Y otra huella serán las deudas adquiridas, porque el crédito no perdona,

Y otra huella serán las empresas quebradas, pero también las que abusaron de la gente mientras tanto

Y tantas otras que serán huellas también, pero entre todas estas hay una huella inconmensurable: la de la ruptura espacio-temporal.

Rupturas espacio-temporales entre nosotros. Había costado tanto reunirnos, mirarnos a las caras, encontrarnos sin buscarnos. Ahora, sembraron divisiones, desconfianza del otro que me puede contagiar; nos atomizaron, nos disgregaron, nos metieron en islas de dos a tres metros de diámetro, nos establecieron protocolos para dar un abrazo al llegar a casa; incluso, pusieron un plástico para podernos abrazar.

Rompieron el espacio-tiempo y un efecto es que al dejarnos de ver y de tocar, potencialmente podríamos olvidar. Y olvidar cosas tan importantes como que de todos lados, la gente salió, marchó cuadras junto a unas personas, y otras cuantas cuadras con otras más, diferentes; todos y todas reunidos por algo común, algo mejor.

Realmente, no se puede medir el impacto total de la ruptura espacio-temporal, pero lo que no puede pasar es que nos haga olvidar, olvidar las cuadras que pisamos, las piedras que tiramos, la rabia que botamos y que acumulamos por culpa de los que votamos, que rompimos la historia, que en unos lados íbamos incluso a cambiar las reglas del juego mientras que en otros lados unos veían como otros venían recién entrando y a otras se estaban apropiando de algo que no les pertenece.

Se rompió el espacio y el tiempo, pero no podemos olvidar, que aunque no lo fuéramos a lograr, lo estábamos intentando.

Rompieron el espacio-tiempo, pero no podemos olvidar, que cuando pase todo esto, lo volveremos a intentar.

Simón Rubiños es coordinador del Grupo de Investigación en Desarrollo Territorial, Paz y Posconflicto (GIDETEPP-UNAL); Investigador del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG) e integrante del GT-CLACSO Territorialidades en disputa y r-existencias. [email protected]; [email protected].

Síguenos y suscríbete a nuestras publicaciones