Psicoterapia política: modelo biológico de la codicia
Uno podría ver al ser humano desde un modelo instintivo o pulsional, y desde allí tener una comprensión del individuo y de la comunidad humana. Esta característica instintiva o pulsional que comparte con otras especies de la naturaleza, tiene una condición que llamo preadictividad o proadictividad. Partamos diciendo lo que entiendo por modelo instintivo o pulsional.
El ser humano es un estado de ser vivo que para mantenerse como tal y no enfermar y morir está en una relación de intercambio permanente con la naturaleza a la que pertenece mediante tendencias conductuales que lo llevan a conservar ciertos estándares. En la experiencia próxima de cada uno puede comprobarse que existen estas tendencias en actos como alimentarse, reproducirse, mantener un metabolismo, eliminar desechos de la digestión, orina, sudor, dormir, hidratarse, protegerse de las temperaturas no compatibles con la vida, cuidar a los hijos, tener afecto por las cosas, las personas y las circunstancias asociadas a estas tendencias mediante las cuales se obtiene la vida, y por lo tanto se experimentan con sentimientos gratificantes.
Entonces los instintos tienden a acciones que vinculan al humano con el medio ambiente para mantener su particular estado de ser vivo y al hacerlo experimenta sentimientos y emociones agradables. Lo que le hace bien se percibe como una emoción agradable lo que se llama principio del placer. Lo que también incluye los símbolos que representan a las acciones involucradas con esas necesidades básicas para la vida asociados por lo menos con la evocación o la activación de estos sentimientos de placer, lo que se transforma en cultura. Vida entonces es bienestar.
Aquéllas conductas que son las que llevan al individuo a la relación con el medio ambiente, que le mantienen el estado vivo, y que se reconocen por distintos sentimientos de bienestar, tienden a repetirse. La vida tiene sentido al repetir aquellas acciones que satisfacen sus necesidades básicas y sus símbolos como hemos dicho, que se enlaza con la cultura. Así es que el modelo instintivo o pulsional genera hábito, es hábito también la repetición de las experiencias buenas. Y esto nos lleva al concepto de lo preadictivo o proadictivo, puesto que este hábito crece y puede convertirse en automático e incontrolable y desde allí pasa a lo adictivo, a la dependencia, que puede darse en amplios campos de la existencia. Como sabemos el enamoramiento que es un instinto básico tiene esta misma estructura y por lo tanto puede producir hábito al bienestar que produce, y llegar a un deseo de perseverar en esa conducta de carácter adictivo, enamoramiento patológico, que se puede convertir en un impulso incontrolable que se llama compulsión. Otros ejemplos son las dependencias a sustancias, al juego, el trastorno obsesivo compulsivo, también la dependencia a ciertos valores, a ciertas creencias, a ciertos ideogramas o ideologías -cayendo en fanatismos religiosos, políticos o de otra índole-, a la comida, al éxito, a la Internet. Es decir cualquier campo asociado con satisfacción, bienestar, que es el efecto que producen las relaciones favorables a la vida en el individuo biológico con modelo instintivo o pulsional puede llevar a la dependencia.
El deseo se asocia con la satisfacción y lleva al hábito y este asciende en intensidad hasta hacerse autónomo e incontrolable a través de la dependencia. Este sería un principio general y por tanto se puede dar en todas las dimensiones del individuo. Si esto lo miramos socialmente, vemos que nos encontramos con una sociedad de clases que deviene de causas multifactoriales. Ya sean genéticas o epigenéticas como se llama para decir que están relacionadas con el desarrollo intrauterino, con el entorno familiar, con las condiciones sociales, con las oportunidades. Entonces hay una dispersión de poder en las comunidades humanas que muestra diferencias en las capacidades para mantener la vida a través de estos instintos que llevan a la satisfacción de las necesidades básicas, al bienestar y al sentido de la vida. No somos iguales. Bajo las mismas oportunidades tampoco seriamos iguales. En una familia en la que todos comparten el entorno social y valórico, existen personas de muy distinto poder y capacidades.
Aquellos que tienen menos poder y por lo tanto menos oportunidades y en consecuencia menos satisfacción de las necesidades básicas que constituyen su condición de estado vivo, obtienen menos bienestar. Siguiendo esta dispersión de poder hay otros que tienen más poder más satisfacción y más bienestar. ¿Qué pasa en el individuo que se caracteriza por un estado de vida que se puede representar en un modelo instintivo pulsional cuando su poder para mantener las necesidades básicas para su subsistencia son insuficientes, o empieza a serlo en distintos grados insuficiente? Hay frustración, que involucra todos los planos de lo biológico, de lo psicológico y también de lo social, por lo tanto en el individuo y en todas dimisiones en las que puede manifestarse. Puesto que si para mantener su estado de vida necesita determinadas acciones que lo vinculan con el ambiente, sino su condición biológica no se puede mantener y empieza a perderse la existencia, hay ahí un conjunto de reacciones que se experiencian como diferentes formas de sufrimientos y de emociones desagradables, que constituyen la enfermedad y finalmente la muerte.
En la frustración es muy importante la agresividad como la reacción para defender al individuo de la pérdida de las relaciones que le permiten mantener el estado vivo, a través de la destrucción ya sea de los obstáculos o el ataque a entidades que lo están amagando en las posibilidades de establecer esos vínculos que son necesarios para vivir. Así que mientras menos satisfacción de aquellas necesidades básicas, de acuerdo a la multicausalidad de factores que pueden estar determinando esa falta de poder, más agresividad que puede expresarse en distintos niveles de violencia: emocional, verbal, conductual, individual, grupal, en distintos ámbitos.
Aquellas personas que están en buenas condiciones de satisfacción de sus necesidades básicas como sabemos experiencian sentimiento de bienestar, y de tranquilidad. Porque el bienestar de satisfacer las condiciones básicas para la existencia, es también tranquilidad al no sufrir las reacciones de alarma y de insatisfacción que devienen cuando esto no se produce. A medida que las condiciones de satisfacción permiten que se tenga una vida más plena, se accede a niveles mayores de deseo y de bienestar, y se refuerza el hábito o genera el hábito de mantener esas mismas experiencias que dieron satisfacción y sus vivencias de bienestar y tranquilidad. Como dijimos el hábito es parte de una cualidad preadictividad o proadictiva, que significa que puede convertirse en un impulso incontrolable, o mejor dicho: cuando se generan las condiciones favorables para la vida, va produciéndose un hábito a las mejores satisfacciones, bienestar, tranquilidad, agrado, en una especie de espiral, que va acercando a la adicción al bienestar y al deseo.
Mientras el individuo y los grupos, -es decir en lo individual y social-, accede a niveles más altos de satisfacción de sus necesidades básicas, y en este caso se traduce en mejores condiciones de vida, mejor nivel socioeconómico y cultural, van disminuyendo sus reacciones de defensa como serían la agresividad, la violencia, la angustia, la culpa, van aumentando los sentimientos de satisfacción, y se va también produciendo un aumento del hábito y el deseo de mantenerse en ese estado de satisfacción. Esa escalada puede llegar a una adicción de tipo compulsivo por el poder, por ese estado de vida, por mayores satisfacciones, por mayores beneficios, acompañado paralelamente de un sentimiento creciente de angustia y agresividad para defender el bienestar y el placer conseguido, porque esa es la lectura de la mantención del estado de vida que es el motor básico del modelo biológico como lo conocemos en la naturaleza. Dicho en otras palabras más sensibles este sería el modelo biológico de la codicia. Es decir como seres humanos el éxito vital tiende a recorrer el camino del hábito y de la compulsión o de la dependencia, que en un sentido más vulgar o coloquial conocemos como codicia.
Los más exitosos tendrían un grado, o diferentes grados, de adicción al poder, adicción a los niveles de gratificación a los que han llegado en su relación con el medio ambiente, adicción al nivel de satisfacción y a los sentimientos de seguridad y bienestar que han conseguido en su relación con ese medio ambiente, con una correspondiente agresividad para protegerse de la pérdida de lo ganado, del hábito y una enorme angustia de perder.
De manera que si nosotros observamos a una persona o un grupo que va mejorando sus condiciones de vida podemos esperar que esa persona, -o grupo- también vaya incrementando su deseo y el hábito por mantenerse en ellos desarrollando un grado de compulsión y por tanto de adicción al poder. Cualquiera que parte desde la pobreza en el itinerario de mejorar su condición de vida y eventualmente pueda llegar a la riqueza, corre el riesgo de convertirse en alguien que coloquialmente podríamos llamar codicioso, o en el lenguaje que estamos hablando aquí: adicto al poder: pobres, ricos, derechas izquierdas, creyentes ateos; todos.
Entonces si nosotros queremos aprovechar esta comprensión como aporte a la convivencia social, interviniendo favorablemente las dinámicas sociales, tenemos que preguntarnos o buscar cómo sabiendo que la satisfacción de las necesidades básicas de los seres humanos lleva al hábito y a la dependencia del poder y del placer, cómo hacemos para mejorar las condiciones del ser humano, facilitar que su condición de vida no vaya acompañado de este riesgo de caer en la dependencia, no se haga real el temor de la preadictividad o la proadictividad. Cómo hacer para que el éxito individual y social no se convierta en otra forma de egocentrismo, de codicia.
Y, como la sociedad es una dispersión de poder, el riesgo de que algunos entren en este torbellino de éxito, nos arriesga también evidentemente a que la satisfacción de su adicción al poder sea a expensas de aquellos que tienen menos poder. Cómo hacer que la ineludible necesidad de satisfacer las condiciones de vida “de lo que somos”, que nos va a llevar a distintas formas de agrado bienestar y de paz, no progrese naturalmente en este espiral de compulsión hacia el poder. Aquí no hay diferencia alguna entre los seres humanos, desde los más pobres hasta los más ricos son todos iguales desde el punto de vista del modelo biológico que estamos planteando con las características nombradas. No es importante que haya algunos que en este funcionamiento estén en la fase de pobreza y otros estén en la fase de riqueza. Porque lo constatamos claramente, es un hecho, cualquiera que parta de un punto de poder, por ejemplo bajo, a medida que va ascendiendo va desarrollando el deseo, un hábito a la satisfacción de sus necesidades cada vez con más refuerzo, con más bienestar, y posteriormente una compulsión que lo va a llevar a lo que sería el egocentrismo, la ambición o la codicia. Y con eso nuevamente se produce una fragmentación social. El que entra en este espiral pierde principalmente la capacidad de identificarse con el todo, lo que en el individuo y la política lleva al egocentrismo y a la defensa de grupos, fragmentos, sectores a expensas de los demás. Una política no codiciosa, no compulsiva sería en consecuencia: las acciones para satisfacer las necesidades básicas materiales con la espiritualidad de una conciencia alerta a la totalidad de la existencia en la naturaleza.
Avelino Jiménez Domínguez