“La vida intranquila” es considerada una de las mejores biografías escritas sobre la figura de Violeta Parra. Su primera edición data del año 1999 y en septiembre pasado, Ediciones Radio Universidad de Chile, patrocinó una tercera edición del libro del escritor Fernando Sáez -que ya tenía a su haber la biografía de Delia del Carril, “Todo debe ser demasiado” (Sudamericana, 1997)- y que puede adquirirse por un precio razonable ($5000).
Visito al autor en su oficina de la Fundación Neruda (donde es director ejecutivo), el día en que se cumplen 93 años del nacimiento de la folclorista. Confiesa que tuvo “motivaciones personales para conocer a un personaje tan contradictorio, tan mitologizado, del que no se tiene certeza de cómo llegó a hacer lo que hizo”.
Su amistad con Marta Orrego, ex compañera de Ángel Parra fallecida en 2009 (y madre de los músicos Javiera y Ángel), le abrió el camino hacia la investigación de una Violeta real.
“Habían libros bastante líricos, yo quise hacer una cosa aterrizada, porque ella era una persona aterrizada. Este misticismo y mitología esconden lo que eran las motivaciones más profundas de Violeta”, explica.
Y el resultado es La vida intranquila, concisa biografía de poco más de 150 páginas, en las que se sintetizan de manera sobria, aunque cercana y a ratos, interpretativa, la vida de una de las más importantes artistas internacionales del siglo pasado.
“Violeta es una mujer inteligente, impresionante, con una intuición muy grande, con una complejidad enorme. Su conformación síquica es difícilmente comprendida. Ella hizo una búsqueda, que la complejiza, pero también fue una persona de aquí y ahora, terrenal”, aclara, en relación a su magnética personalidad.
Desde su niñez en el sur, la influencia que tendrían las condiciones materiales de su vida y los conocimientos de algunos familiares y cercanos, cultores populares como las niñas Aguilera, a quienes Violeta perseguía para aprender sus canciones; la relación con sus hermanos, con el campo, la pobreza.
Su llegada a Santiago en 1933 con 15 años inicia el camino de su búsqueda personal, que se concretará cuando, recién iniciados los años ’50, su hermano Nicanor la motiva para que vaya en busca “de las canciones populares a punto de desaparecer de la memoria de los viejos campesinos” y dejara de lado la inestable y desgastante vida de artista nocturna.
Al respecto, Violeta señalaría: “La vida comienza a los 35 años”, cuando, ya separada de su esposo, Luis Cereceda, se entrega sin más sustento que su convencimiento a la tarea de recorrer campos y recovecos urbanos en busca de una historia que amenazaba con perderse en la vorágine de la modernidad.
Sin duda, esta etapa es la más condimentada del libro de Sáez, quien transcribe dichos y refranes recopilados, fragmentos de entrevistas y programas radiales, describe personajes populares, el ánimo y metodologías de la folclorista, consciente del importante trabajo que realizaba; trabajo totalmente autogestionado, que, sin embargo, no representó una mejora al escuálido presupuesto de Violeta.
En este tiempo, la figura de Nicanor es esencial para la artista. Él oficia de consejero, de guía, de padre, la presenta a la intelectualidad artística y política de su época, quienes no se sintieron unánimemente cómodos con su estilo sombrío, áspero y algo monótono; lo que sería, a la vez, una primera señal de lo dificultoso que le resultaría lograr el reconocimiento.
“Ella no era fácil –explica Sáez. No estaba para la popularidad, y no cedía, porque era un ser íntegro de adentro y de afuera. Toda su carrera, desde que se vestía y pintaba para cantar música española hasta el final de su vida, muy sencilla y campesina, hay una transformación que la lleva a convertirse en un ser íntegro”.
Detallar cada uno de los pasos, situaciones, penas y alegrías en la vida de Violeta, excede el propósito de este artículo. Para eso, Fernando Sáez, en “La vida intranquila”, desmenuza cada episodio, de manera pulcra. Sin embargo, la época de Violeta es tan agitada y su propia existencia tan vívida, que el relato se ve rebalsado de humanidad, de miseria, de amor, desamor, esfuerzo y sueños, transformando naturalmente su figura incomprendida y genial, en la leyenda que hoy es. Y, de paso, relegando a un segundo plano las pretensiones de “objetividad” o frialdad a la que podría aspirar una investigación biográfica de este personaje.
Y así se va desarrollando la vida de Violeta Parra, que con obsesión trabaja día y noche, golpea puertas, se enamora, sufre, crea, pierde la energía y la vuelve a recuperar. Hasta que, poco a poco, se abre camino en el circuito folclórico y artístico de la época, en las nuevas generaciones de pintores, bailarines, cineastas, actores, músicos, que admiran a esta mujer sencilla y de carácter fuerte.
Y así, también, llegan las giras a Europa, la muerte de su hija Rosa Clara, su deriva en París, grabaciones de discos, el apoyo institucional y político (Universidad de Concepción, Partido Comunista…), nuevos proyectos de investigación y difusión, nuevos rumbos y descubrimientos creativos, nuevos amores y nuevas pequeñas muertes, la hepatitis (momento en el que inicia espontáneamente su trabajo con arpilleras), un compromiso político cada vez más explícito, más viajes por Europa, hasta llegar a mediados de los ’60, cuando Nicanor compone “Defensa de Violeta Parra” (1965, Odeón), como homenaje, como apoyo, como “ajuste de cuentas del hermano mayor con aquellos que hacían dificultosa la trayectoria de su hermana y amiga preferida”, y que se convertiría, a la postre, en una elegía premonitoria.
Luego, la muerte, el final tristemente conocido.
Para Sáez, parte de la explicación a su última determinación pasa por diversos elementos. Hubo un descrédito constante a su trabajo en nuestro país, “no le creían”, por lo que cargó con una frustración y un pasar económico que la castigaba injustamente; e incluso cuando sus canciones comenzaron a ser interpretadas por otros artistas más populares (Las 4 Brujas, por ejemplo), ella quedó en las sombras. Y, por otro lado, su relación con los hombres, un tortuoso paseo por los caminos luminosos, oscuros y contradictorios de los sentimientos.
A más de 40 años de su suicidio, el autor de “La vida Intranquila” considera que hay una deuda con Violeta. “Se habla de ella, pero no está instalada como una figura artística completa. Se conocen algunas de sus canciones, pero mucha gente no sabe que pintó, que esculpió, que bordó, que recopiló. No hay un interés real, por ejemplo, en hacer tangible un lugar para exponer toda su obra. Más allá de lo popular, de la mitología, hay una instalación de su figura que no es integral”, afirma.
Y respecto a su libro considera que si alguien hace otro trabajo biográfico, “no creo que se vaya a encontrar más de lo que nosotros sabemos o suponemos. Siempre impresionará más su trabajo que los pequeños escándalos que puedan o no haber habido en su vida”, concluye.
“La vida intranquila” es un texto rápido de leer, pero que invita a reflexiones profundas; es un fresco de un convulsivo momento histórico y social, donde el artista estaba inmerso y lanzaba dardos desde su posición; es un libro hermoso y triste, como la propia vida, como la propia Violeta.
Por Cristóbal Cornejo
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