La huella ecológica: un concepto y un cálculo discutibles

El concepto de «huella ecológica» está de moda

Por Wari

10/11/2009

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El concepto de «huella ecológica» está de moda. Aparece en todas las salsas, sin que quienes lo utilizan sepan realmente lo que oculta. Al fin y al cabo, la idea parece inofensiva: la humanidad marca el ecosistema planetario con su huella, o dicho de otro modo, lo modifica.

Este concepto reposa sobre un cálculo que pretende ser científico pero que en realidad plantea un problema. Y más teniendo en cuenta que la conclusión no es benigna: la humanidad consumiría mucho más de lo que la biosfera sería capaz de soportar. Habría excedido la capacidad ecológica de la Tierra.

Para mantener el ritmo actual de producción y de consumo harían falta en realidad de tres a seis planetas (las cifras varían enormemente a este respecto, lo que resulta problemático). De tres a seis planetas: da miedo ¿no?

SIMPLES APARIENCIAS, UN CÁLCULO MUY TÉCNICO

El concepto de «huella ecológica» se remonta a mediados de la década de los noventa. Se debe a autores como Mathis Wackernagel y William Rees. Sobre sus trabajos se puede uno basar para evaluar tanto la pertinencia científica como la dimensión política (1).

Bajo su apariencia sencilla, pero incisiva (la huella marca, si se puede decir así), el concepto de «huella ecológica» y, sobre todo, su cálculo, son extremadamente complejos. Lo que remite a la suma de conocimientos necesarios para evaluarla y utilizarla con conocimiento de causa. Lo que plantea el problema de los expertos y los técnicos capaces de hacerlo y de enseñarlo para difundirlo. Lo que remite pues a la función de la «comunidad científica» y de la tecnoburocracia vinculada a ella en mayor o menor medida.

No es posible presentar aquí y explicar de una manera exhaustiva el modo de cálculo de la «huella ecológica». Serían necesarias varias páginas para hacerlo en una revista científica. Pero al menos será posible suscitar algunos puntos que desvían si no reducen a la nada -cuestión de interpretación- el cálculo en cuestión, y por consecuencia, el concepto mismo. Se pueden destacar tres enormes lagunas.

LAGUNA NÚMERO 1: EL CÁLCULO DE LOS BOSQUES

La primera laguna se refiere al modo en que se consideren los bosques. Citemos la afirmación de Wackernagel y sus colegas: «Las actividades y los usos de los recursos teniendo en cuenta el cálculo [de la huella ecológica sobre los bosques] se denominan ‘funciones primarias’. Si una superficie proporciona madera pero también, como función secundaria, recoge agua para el riego agrícola, el concepto de ‘huella ecológica’ no tiene en cuenta el uso de la madera, la función primaria» (2).

Sí, habéis leído bien: en el cálculo del papel que ocupa un espacio forestal en el seno de los ecosistemas terrestres y en la actividad humana en cuanto a su huella, una función fundamental de este espacio se ignora completamente. En este caso, la capacidad que tienen los bosques de retener el agua, de alimentar las capas freáticas y contribuir a diversas actividades humanas («el riego agrícola», por ejemplo, como se ha escrito con todas las letras). Se niega un sistema complejo, a pesar de su papel crucial.

Dicho de otro modo, sólo se toma lo que conviene a la demostración y -como por azar- lo que se supone más negativo (la tala de bosques), y se elimina lo positivo (un bosque cuidado y bien explotado contribuye a la regulación de los ecosistemas). Si no fuera porque esto procede de científicos serios, podríamos reírnos de esta «ideología de Idéfix» (el perro de Astérix, que ladra y se lamenta cada vez que se toca un árbol).

LAGUNA NÚMERO 2: EL CÁLCULO DE LAS SUPERFICIES MARÍTIMAS

La segunda laguna se refiere a las superficies marítimas. Los cálculos de Wackernagel y de otros tienen en cuenta las «zonas de pesca», que estiman en unos 2.300 millones de hectáreas. Se trata de «pescas interiores y de pesca sobre las mesetas continentales». Y estas últimas apenas constituyen el 6,3 por ciento de la superficie de los mares. El cálculo excluye simple y llanamente la alta mar, lo ancho de los océanos, y los autores afirman que dos mil millones de hectáreas marinas (sobre las 2,3) tienen el 95 por ciento de las capturas.

No sólo es discutible la cifra, sino sobre todo lo es el hecho de que frena el funcionamiento de los ecosistemas marinos que afectan a alta mar y a las aguas profundas, a su desplazamiento, al reparto del plancton, a las corrientes, a los cetáceos y a los peces grandes que se comen a los pequeños, etc.

Esto plantea un problema si el concepto de huella ecológica, que tiene por objetivo establecer una constatación ecológica sobre el conjunto del planeta, ignora en su cálculo a océanos enteros que están, sin embargo -según el plan ecosistémico y económico- en el origen de una gran parte de las especies marinas. Esta parte es difícil de evaluar con precisión, pero ese es justamente el problema.

El cálculo de la huella ecológica finge ignorar las dificultades metodológicas y conceptuales, y para evitarlas, se contenta con pasar por encima de ellas. Eso no es serio, no es creíble.

LAGUNA NÚMERO 3: EL CÁLCULO DE LA BIOMASA

Tercera laguna, el cálculo de la huella ecológica «no tiene en cuenta las zonas productoras de biomasa que no son utilizadas por los humanos» (3). Esta vez también habéis leído bien: países enteros y regiones enteras son simple y llanamente eliminados del cálculo porque no serían utilizados por los humanos.

Mientras llevamos lustros afirmando que la Tierra no es sino un Gran Todo, un sistema interconectado, que Gea es global y local, ahora, bruscamente, en un cálculo importante, lienzos enteros de esta Gea son eliminados. Sin embargo, es todo lo contrario: incluso las especies productoras de biomasa no utilizadas por los humanos tienen evidentemente conexiones ecosistémicas con los espacios que sí son utilizados.

La cosa cambia entre lo que reconocen los teóricos del concepto de «huella ecológica» cuando abordan la cuestión del dióxido de carbono y de los gases de efecto invernadero en los que -como por ensalmo- la Tierra recupera su integridad espacial y ecosistémica. La persecución al CO2 es incluso obsesiva entre algunos investigadores, como Jean-Paul Ledant, llegando a ser totalmente deductiva su explicación: el CO2 es el problema, por tanto hace falta una medida sintética para confirmar el problema, y no lo contrario (4).

Además, la «huella ecológica» no evalúa la capacidad de los bosques existentes de secuestrar el carbono atmosférico. La sustitución de los bosques por cultivos no tiene, en su cálculo, influencia alguna sobre el descuento del balance de carbono en los países y en la Tierra, lo que resulta absolutamente increíble (5).

Sin embargo, uno de los objetivos declarados de la «huella ecológica» es encontrar tierra y bosques para «cazar» los gases de efecto invernadero.

Se podrían añadir otras lagunas. La «huella ecológica» afecta a la biosfera, con sus ciclos. Pero no tiene en cuenta los ciclos geológicos, como la generación de los metales pesados, por ejemplo (que tienen sin embargo un importante papel en la contaminación), incluso aunque algunos, como Chambers, hayan intentado incluirlos en sus cálculos.

Ahora bien, los ecosistemas evolucionan. Y cada uno a un ritmo diferente. La «huella ecológica» ofrece el grave inconveniente de tomar la situación en un único momento, a menos que se rehagan regularmente los cálculos. Pero ¿siguen las estadísticas el mismo movimiento? Nada hay menos seguro, y el riego de aproximación o de tomadura de pelo es grande.

UN RAZONAMIENTO PROBLEMÁTICO PARA LOS ESTADOS-NACIONES

A estas graves lagunas metodológicas, en realidad enormidades, se añaden unas deficiencias conceptuales importantes. La «huella ecológica» es un agregado métrico. Su resultado depende de la forma en que se realice cada agregado, que se va sumando uno a otro. Se plantean así tres tipos de problemas: de fiabilidad, de concepción y de interpretación.

Los teóricos del concepto de «huella ecológica» basan su cálculo en las estadísticas de cada país. ¡Cuatro mil series estadísticas por país y por año, según afirman! Esto produce muchísimas cifras, y buenos márgenes de error en perspectiva, así como una necesidad de ordenadores, de programas y de técnicos trabajando. Sin embargo, ¡algunas colectividades locales, como la propia Francia, no vacilan en hacer calcular a sus alumnos de enseñanza primaria su huella ecológica!

Los teóricos del concepto de «huella ecológica» reconocen los problemas de fiabilidad de las estadísticas en cuestión (se puede confiar en las estadísticas alemanas o suecas, y menos en las congoleñas, rusas o chinas), pero lo pasan de largo.

Por añadidura, el recurso al módulo de Estado-nación suscita cuestiones no sólo estadísticas sino también conceptuales. Por partida doble: ¿cuál es la pertinencia de una superficie nacional desde un punto de vista ecológico? ¿Y la huella ecológica mundial puede ser seriamente constituida por la adición de huellas ecológicas nacionales?

En seguida se ven las limitaciones de este planteamiento. Los ecosistemas a caballo de diversos países, o con repercusiones sobre varios países (cuencas fluviales, bosques zonales), son mecánicamente segmentados, con una lógica propia y mal evaluada, por no decir devaluada. Los teóricos de la «huella ecológica» acaban estando incómodos cuando descubren que, gracias a la extensión del bosque amazónico por su territorio, Brasil aparece en sus cálculos provisto de una huella ecológica positiva y favorable. De ahí el retorcimiento retórico para tratar de disminuir esa realidad que recuerda las glosas de los marxistas-leninistas pretendiendo hacernos creer que la Unión Soviética era socialista a pesar de todo.

A la inversa, la «huella ecológica» de algunos países pequeños muy urbanizados revela fatalmente su «no durabilidad», puesto que hay pocos espacios cultivados y una población numerosa (Singapur, Hong-Kong, Países Bajos…). Pero no hay necesidad de hacer cálculos eruditos para llegar a un resultado que se parece más a una profecía auto-realizadora, y que elude la cuestión económica que ahora vamos a abordar.

NO TENER EN CUENTA LOS CAMBIOS

En paralelo a esa compartimentación en Estados-naciones, que de paso ratifica la estúpida realidad de las fronteras y legitima el módulo político y humano del Estado-nación al naturalizarlo, una de las principales lagunas del concepto de la «huella ecológica» consiste en una ignorancia total -y por tanto, una negación- de los cambios económicos en el análisis de los ecosistemas y de las sociedades. Ahora bien, si determinada zona del campo es cultivada un año pero no otro, si tal zona del bosque es explotada un año pero no otro, si tal país o tal región importa trigo pero exporta café, o importa fruta pero exporta ordenadores, eso depende también de las necesidades y del juego económico.

En realidad, el consumo de un país no es equivalente a las modificaciones ecológicas del país en cuestión debido a la simple existencia de las lógicas de importaciones y exportaciones. Los Estados Unidos son los grandes exportadores de productos agrícolas, los primeros del mundo, de quienes dependen numerosos países. Y la importación masiva de alimentos puede incluso llegar a reducir la «huella ecológica» en los cálculos de un país, como es el caso de numerosos países africanos.

En el mejor de los casos, si se llega a calcular la «huella ecológica» directamente a escala mundial, la «huella ecológica» se convierte en un «juego de resultado nulo», incluso si se excluye el comercio. Pero como el cálculo es el resultado de la adición de cálculos nacionales, volvemos siempre a la misma imposibilidad y al mismo error.

En resumen, los teóricos de la «huella ecológica» no tienen en cuenta más que una cuarta parte de la superficie del planeta (terrestre y marina). Dicho de otro modo: ¡les faltan tres cuartos!

Esto resulta mucho incluso para un indicador que pretende ser global, sintético, exhaustivo y «científico».

Según Wackernagel y otros, no hemos sido todavía capaces de estimar cuánta generación de biomasa total utilizable y concentrada existe en esos 11.200 millones de hectáreas [igual a la cuarta parte del planeta afectado], pero nos sorprendería que fuera inferior al 80 o 90 por cien» (6). ¡Esta frase vale su peso en cacahuetes biológicos por su carácter especulador, fantasioso y frívolo!

EL OLVIDO DE LAS EVOLUCIONES Y DEL FUNCIONAMIENTO SOCIAL

El agregado global de la «huella ecológica» implica que las necesidades terrestres son mayores que las tierras disponibles, sugiriendo así que los modelos actuales de consumo son «insostenibles». Por tanto, este planteamiento frena los cambios de los modos de producción agrícola, las posibilidades tecnológicas (buenas o malas) y, como afirmó Malthus en su época, los cambios de alimentación (sugiriendo que son inútiles o perjudiciales).

Por otra parte, la «huella ecológica» es, para sus creadores, «el montante de tierra requerido por la naturaleza para sostener un consumo individual típico actual» (7). Ignoremos las dificultades metodológicas (¡y políticas!) que suscita la evaluación de eso de «típico», y constatemos que este enfoque contiene el paradigma fundamental de la economía liberal clásica: reducir todo el problema económico y social a la simple elección del individuo, y a la adición de esas elecciones individuales.

Ciertamente, las decisiones individuales existen, y no somos los anarquistas quienes vamos a cuestionar la responsabilidad individual. Pero, por otra parte, ¿qué decir de las ofertas y las demandas modeladas por la sociedad? La publicidad, por ejemplo, pero también las costumbres alimentarias. La ambición del socialismo -libertario- es precisamente pensar en ese problema como algo social, colectivo.

Los teóricos de la «huella ecológica» tergiversan completamente esta dimensión social. Según su método de cálculo, «los productos manufacturados o derivados (por ejemplo, la harina o la pulpa de madera) se convierten en productos primarios equivalentes (es decir, en trigo o en contrachapado) para las necesidades de cálculo de la huella ecológica. Los equivalentes en cantidades de productos primarios son por tanto traducidos en hectáreas globales» (8). La harina se transforma así en granos: ¡es más fuerte que lo de Jesucristo y la multiplicación de los panes! Porque, para transformar los granos en harina, han hecho falta productos, desde luego, pero también energía, conocimientos, trabajo… y trabajadores. Así que, si éstos desaparecen del cálculo…

La reestructuración, si se puede decir así, de productos manufacturados en productos llamados primarios, no sólo es materialmente imposible, sino igualmente estúpida si no tiene en cuenta los procesos de fabricación intermedios. ¡Nadamos en pleno delirio virtual!

EL PROBLEMA DEL AGREGADO

Llegamos al corazón epistemológico del concepto de «huella ecológica». Basado en el principio del agregado, y del agregado métrico (medido en base métrica), pretende resumirlo todo en una (o varias) cifra(s). Se trata de una asombrosa pretenciosidad, de una arrogancia, podríamos incluso decir, frente a la complejidad y diversidad del mundo. Por otra parte, esto no es nada nuevo. Filosóficamente es casi lo mismo que lo de los partidarios del PNB, de la tasa de crecimiento o del «traducirlo todo en dólares». Es a la vez una lógica filosófica monista, utilitarista y mercantil. Y ello se debe precisamente a que los teóricos de la «huella ecológica» quieren proponer un agregado opuesto al PNB que tenga los mismos defectos.

Ahora bien, la naturalidad de las cifras relativas a la naturaleza es básicamente discutible. Se trata de hecho de una expresión científica de la naturaleza, expresión del incremento modificado por el cultivo, lo que no es la naturaleza misma. Eso no significa que haya que ignorar los índices, los coeficientes o las estadísticas, sino todo lo contrario. Pero hay que evitar hacer un gran todo, concebirlos de cualquier modo y utilizarlos erróneamente.

El indicador de la «huella ecológica» convierte todos los elementos en «hectáreas globales». Se piensa por tanto en una superficie al leer las cifras, cuando incluye también una producción de biomasa, una masa, es decir, una cantidad y no una superficie. Es como si se mezclaran los centímetros cúbicos con los centímetros cuadrados para evaluar las características de una motocicleta.

El colmo de la confusión metodológica llega cuando, tras haber transformado las cantidades en superficie, se refiere a superficies por habitante, y después se cartografían éstas sobre un planisferio recortado como país, por tanto sobre una superficie (el contorno del país) con hectáreas globales que son superficies falsas.

EL PROBLEMA DEL VALOR

La adición de elementos diferentes por agregación, como hace la «huella ecológica» (tierras cultivables, bosques, mares…), implica que cada uno de esos elementos sea intercambiable válidamente, lo que es falso: una hectárea de tierra no equivale a una hectárea de mar, ni siquiera a base de los más complicados cálculos. Es un poco lo mismo que el agregado de toneladas equivaliendo a petróleo: el petróleo y el gas natural no tienen la misma utilización, por ejemplo. La confusión entre los diferentes términos es perjudicial.

El problema de encontrar un indicador no monetario no es nuevo; se remonta al menos a los fisiócratas (9). En el fondo del fondo, volvemos a encontrarnos con la cuestión del valor, que agita tanto a los economistas, ya sean más bien liberales o marxistas, como a los religiosos (los valores morales), especialmente en relación a la cuestión del trabajo.

Recordemos que Kropotkin había hecho una crítica ajustada, y todavía válida, al modo en que Proudhon y Marx consideraron el valor trabajo, que también se puede aplicar a la concepción de «huella ecológica».

Kropotkin demostró, resumiendo, que el valor trabajo era difícilmente medible por el tiempo de trabajo y, en consecuencia, el precio de las mercancías sólo reflejaba de modo incompleto tanto lo uno (el esfuerzo) como lo otro (el tiempo del esfuerzo), y que había otros muchos factores a tener en cuenta (conocimientos, tecnología, productividad, juego del mercado…). «Precisamente el valor del intercambio y la cantidad de trabajo no son proporcionales uno a otro: uno no mide nunca al otro», escribía muy acertadamente.

Esta crítica es, en el plano metodológico, trasladable a la cuestión del valor ecológico. La métrica de un valor ecológico no puede evaluar el conjunto de un factor ecológico. Una frase de Kropotkin resume esa pretensión: «Pero el hombre que venga (…) a afirmar que la cantidad de lluvia caída se mide por la cantidad hasta la que haya descendido el barómetro por debajo de la media, o bien que el espacio recorrido por una piedra que cae es proporcional a la duración de la caída y se mide según ella, sólo diría estupideces. Demostraría, además, que el método de investigación científico le es absolutamente ajeno, y que su trabajo no es científico, por muy lleno que estuviera de palabras tomadas prestadas a la jerga de las ciencias» (10).

No se trata sólo de una cuestión de evaluación científica, sino de concepción política: en el análisis del sistema actual, y en la alternativa a ofrecer.

MALTHUS Y EL LIBERALISMO, SIEMPRE DE VUELTA

De hecho, bajo el pretexto de paliar la evaluación monetaria que critican, justamente, los que han concebido la «huella ecológica» reproducen las mismas tortuosidades ideológicas: cuantitativismo, reduccionismo, pretensión de resumir el gran todo (dólar, Gea, Dios, huella, PNB, incluso combates). Además, con la amonestación moral: puesto que la humanidad consume demasiado, dicen, tiene una «deuda ecológica», noción típicamente religiosa que merecería otro análisis.

El «olvido» de la contaminación provocada por los metales pesados en el indicador de la «huella ecológica» se sitúa en la misma lógica que la de los teóricos del «calentamiento global», que sólo insisten en la cuestión de los gases de efecto invernadero, y abandonan el resto. Una de las paradojas es que los defensores de la «huella ecológica» afirman que su indicador no tiene en cuenta el conjunto del impacto de la humanidad sobre el medio. Pero su razonamiento es, sobre todo, que la interpretación y utilización que ellos mismos, los medios de comunicación o los militantes apresurados hacen de ese indicador conducen a lo contrario exactamente: ¡creen precisamente que hacen una síntesis! No obstante, todo discurso ecologista que se precie debe blandir cifras aterradoras sobre la «huella ecológica». Nos harían falta de tres a seis planetas: el argumento, perentorio, parece imparable. Pero en realidad, el cálculo es una birria…

El objetivo se ha alcanzado: consumimos demasiado (también los pobres del Tercer Mundo), estamos en un sobre-régimen, el planeta va a morir, todo está jodido. Felizmente, los especialistas vigilan, incluso con sus cálculos demasiado complicados para la plebe, pero machacados por los medios de comunicación que glosan sobre la «huella ecológica». Saldremos de ello si nos apretamos el cinturón, frasecilla conocida desde Malthus y la oposición al socialismo que nacía por entonces.

Por todas las razones abordadas hasta ahora, y que merecerían un desarrollo más amplio, y por otras que apenas hemos esbozado, conviene sin embargo no tomar por dinero constante y sonante los cálculos sobre la «huella ecológica» y los discursos que las acompañan.

NOTAS:

1.- Mathis Wackernagel, Chad Monfreda, Dan Moran, Paul Werner, Steve Goldfinger, Diana Deumling, Michael Murray: National footprint and biocapacity accounts 2005: the underlying calculation method, Global Footprint Network, 2005, 33 páginas.
William E. Rees: Ecological footprints and biocapaciety: essentiel elements in sustainability assessment, Jo Dewulf & Herman Van Langeove ed., Chichester 2006, capítulo 9.
2.- Mathis Wackernagel et al., op. cit., p.5.
3.- Ibídem, p.2.
4.- Jean-Paul Ledant: L’ «empreinte écologique»: un indicateur de… quoi?, Institut pour un Développement Durable, 2005, 19 páginas.
5.- Frédéric Paul Piguet, Isabelle Blanc, Tourane Corbière-Nicollier, Suren Erkman: L’empreinte écologique: un indicateur ambigu, Futuribles, 2007, p.5-24.
6.- Mathis Wackernagel et al., op. cit., p.7.
7.- Wackernagel y Rees: «Our ecological footprint: reducing human impact on the Earth»: The new catalyst bioregional series, 9 (1996), p.11.
8.- Justin Kitzes, Audrey Peller, Steve Goldfinger, Mathias Wackernagel (2007): «Current methods for calculing national ecological footprints accounts»: Science for Environment & Sustainable Society, 4-1 (2007), p.4.
9.- Antoine Goxe y Sandrine Rousseau: L’ «empreinte écologique»: nouvel indicateur, ancienne approche? Mise en perspective et analyse territoriale de l’ «empreinte écologique», Colloque Indicateurs Territorials du Développement Durable, Aix-en-Provence 2005.
10.- Piotr Kropotkin (1913): La ciencia moderna y el anarquismo, en «Folletos revolucionarios», Tusquets, Barcelona 1977.

Por Philippe Pelletier

Tierra y Libertad

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