Movilización mundial contra el cambio climático: salvemos el clima, no a los bancos

Desde que el IPCC (Panel Internacional Sobre Cambio climático) emitió su primer informe a principios de los 90, era evidente que la comunidad científica señalaba un grave problema ambiental que exigía una respuesta política proporcional y urgente

Desde que el IPCC (Panel Internacional Sobre Cambio climático) emitió su primer informe a principios de los 90, era evidente que la comunidad científica señalaba un grave problema ambiental que exigía una respuesta política proporcional y urgente. Tras la publicación de su 4º informe en 2007, las evidencias acumuladas son tan clamorosas que, hoy, la táctica del gran capital y de los gobiernos no es ya desprestigiar las evidencias científicas, sino tomar la iniciativa y hacer del cambio climático un nuevo negocio y pasarle la factura a las víctimas de siempre: el planeta, los pueblos del Sur, las clases trabajadoras del Norte y las generaciones futuras.

El último informe del IPCC, fechado en 2007 es concluyente al respecto. Once de los doce años más cálidos desde 1850 se han registrado entre 1995 y 2006. La temperatura media global ha aumentado 0,74 ºC de 1906 a 2005. Al tiempo que la tendencia al aumento de la temperatura de los últimos cincuenta años prácticamente dobla la de los cien anteriores. El incremento de gases de efecto invernadero, lejos de reducirse, sigue creciendo y lo hace a velocidad mayor de la prevista.

A nadie se le escapa ya que el cambio climático se concreta en catástrofes naturales cada vez más intensas y habituales. Es decir, manifestaciones meteorológicas cada vez más extremas: olas de calor sofocantes, sequías extremas, desastrosas inundaciones, huracanes como el Katrina o el de Birmania de 2008.

Otros elementos clave que está provocando el calentamiento global es un ascenso del nivel del mar en todo el mundo, el retroceso de los casquetes polares, la desaparición de viejos glaciares… Todos estos fenómenos pueden provocar saltos cualitativos dramáticos en lo que especta a reducción de la biodiversidad y a la desaparición de ecosistemas enteros.

Es más, si rebasamos un cierto umbral de irreversibilidad, el cambio climático puede entrar en una especie de efecto bola de nieve en el que se generen emisiones suplementarias de CO2, o que se ocasionen también las llamadas “sorpresas climáticas”, como las fugas de metano (CH4, un gas de efecto invernadero 20 veces más potente que el CO2) almacenado en el permafrost y en algunos lechos marinos, que dispararían el cambio climático y lo harían incontrolable.

Todo ello tiene una traducción inmediata en la fragilización de la subsistencia en los cinco continentes: la desaparición de la pesca, de los cultivos y de otras actividades económicas constituye una catástrofe irreversible en muchos países, sobre todo del Sur. Evitar que las catástrofes climáticas concretas que se están multiplicando hoy en el mundo muten en una catástrofe ecológica, económica, social y política, a la vez global y permanente, todavía está en nuestras manos, pero el tiempo se está agotando.

CRISIS CAPITALISTA, CRISIS CLIMÁTICA

El calentamiento global se debe a más de doscientos años de quema de combustibles fósiles como alimento del capitalismo industrial moderno y en menor medida a una reducción de los grandes bosques capaces de absorber el CO2. El desarrollo capitalista y su conversión en un sistema mundial se ha basado siempre en la disponibilidad de energía barata y altamente contaminante: primero el carbón, después el petróleo…

La energía barata ha sido imprescindible para imponer una división mundial del trabajo y crear un mercado mundial de mercancías y capitales. Pero también para que el capital pudiera ir sustituyendo fuerza de trabajo por maquinaria, bienes de equipo y energía.

La globalización ha consumado la internacionalización del capitalismo al precio de haber desencadenado un desequilibrio ecológico sin parangón en la historia del planeta. Hoy el capitalismo mundial está atravesando una crisis profundísima, sólo comparable a la de los años treinta del siglo XX. Esta crisis es una crisis de sobreproducción, en la que las fuerzas productivas capitalistas han llegado a un nivel tal de producción y las relaciones sociales capitalistas han generado un grado de desigualdad tal -entre clases y entre pueblos- que es imposible que se resuelva sin un reparto radical de la riqueza, del trabajo y del tiempo que parta de una reformulación radical de las necesidades humanas, de las prioridades de producción y de una planificación democrática capaz de introducir una racionalidad social y ecológica totalmente ajena a las fuerzas ciegas del mercado.

Es decir, que la crisis actual no se puede resolver de un modo duradero -esto es, sin repetir la huída hacia delante neoliberal, que sólo ha conseguido postergar durante treinta años la depresión, haciéndola más profunda y brutal- en el marco del capitalismo. Siguiendo la vieja fórmula de Marx, hace tantos años que el capitalismo mundial está maduro para construir el (eco)socialismo que esas mismas fuerzas productivas están mutando en fuerzas destructivas que amenazan el futuro de todas las especies, incluida la nuestra.

LA RESPUESTA CAPITALISTA: PRIVATIZAR LOS BENEFICIOS Y SOCIALIZAR LAS PÉRDIDAS

Pues bien, la respuesta capitalista, tanto a la crisis como al cambio climático, es justamente cambiar algo para que todo siga igual. Después de haber legislado a favor del capital financiero durante años, los principales gobiernos inyectan cantidades astronómicas de dinero público para salvar a las entidades que han precipitado la crisis… sin exigir a cambio ni tan siquiera una revisión de sus políticas.

En el terreno del cambio climático están abriendo campos de negocio “verde” a multinacionales energéticas ligadas a la gestión de la energía nuclear y a los hidrocarburos. En lugar de asumir su responsabilidad en el cambio climático global, los países imperialistas han renunciado a modificar sus economías para limitar sus emisiones y han buscado subterfugios para eludir conseguir las reducciones a que se comprometieron.

Al mismo tiempo, intentan despistarnos echando toda la culpa del cambio climático al crecimiento demográfico en el Sur (que, por otro lado se está reduciendo y, además, tiene un impacto mínimo a este nivel) y a la «voracidad» de las nuevas potencias emergentes.

Resumiendo, el gran capital quiere aprovechar la crisis para imponer nuevas deslocalizaciones, nuevos planes de “flexibilización” del trabajo, nuevas políticas de austeridad para las clases populares, sin alterar en lo más mínimo un reparto de la riqueza cada vez más desigualitario y un modelo de producción y consumo absolutamente insostenible.

Es tarea nuestra ligar la lucha por la defensa de los derechos sociales y la necesaria reconversión ecológica de la industria, de las fuentes energéticas, de los sistemas de transporte y de la agricultura. No hay salida verde a la crisis sin romper con la lógica capitalista, no hay salida socialista a la crisis que no siente las bases de una reconversión ecológica de la economía y una reconciliación con el planeta.

CAMBIEMOS EL MUNDO, NO EL CLIMA: AUTOGESTIÓN, SOBERANÍA ENERGÉTICA Y REPARTO DE LA RIQUEZA

El sistema capitalista mundial ha centralizado la toma de decisiones en un puñado de países (G8, G20, etc.) que intentan imponer su voluntad a toda la humanidad. El poder del mercado mundial limita a los pueblos a la hora de decidir su futuro político y económico. Es imposible cambiar de rumbo sin romper con el mercado mundial y sus imposiciones, así como con las instituciones de la “gobernanza” mundial (Banco Mundial, FMI, OMC).

El futuro pasa por una transferencia de tecnologías limpias a los países empobrecidos y por la lucha por la soberanía alimentaria, energética y política de los pueblos. El control de las fuentes de energía fósil y nuclear ha estado ligado históricamente a la lucha por la hegemonía militar, política y económica de las grandes potencias. El desarrollo de energías alternativas (en su mayoría directa o indirectamente relacionadas con la energía solar), la creación de economías más autocentradas regionalmente que demanden menos movilidad y consumo energético (que no autárquicas) y el acceso de los campesinos a la tierra en ruptura con el latifundismo y las multinacionales agroalimentarias permite un mayor grado de descentralización y de autogestión por los pueblos. Las grandes decisiones económicas deben recaer en los principales interesados: los pueblos.

Necesitamos reorientar el gasto público para iniciar una reconversión ecológica de la industria y crear nuevos empleos que cubran necesidades sociales y/o medioambientales que deben expandirse frente a las satisfechas por la sociedad de consumo: salud, educación, ocio y cultura, atención a la tercera edad o a la infancia, recuperación de espacios públicos urbanos y naturales… Y todo ello con una reducción del tiempo de trabajo que nos permita repartir el empleo y la riqueza.

El coste de no actuar frente al cambio climático se estima en pérdidas del PIB mundial entre el 5 y el 20%, el coste de la actuación en el 1%. Se necesitan potentísimas inversiones públicas para modificar en profundidad los sistemas de movilidad imperantes. Para ello debemos hacer una crítica demoledora al modelo de crecimiento, el que ha constituido un verdadero ecocidio y que, cuando ha llegado su lógico agotamiento, ha dejado a millones de trabajadores y trabajadoras endeudadas y en el paro y a una pequeña minoría con los bolsillos bien llenos. Hemos construido modelos de ciudad difusos donde la satisfacción de las necesidades más elementales requería de la movilidad privada, devorando más y más suelo.

Se trata de iniciar pues una reconversión basada en una nueva cultura del “buen vivir” al alcance de todos y reconciliable con el planeta, abandonando modelos importados y superando la tiranía de la sociedad de consumo. Pero la potenciación de la investigación y la aplicación de nuevas fuentes energéticas limpias juegan un papel estratégico en la reducción drástica de las emisiones de gases de efecto invernadero.

Hoy el lobby nuclear vuelve a la carga defendiendo esta forma de energía tan peligrosa como económicamente ruinosa para los bolsillos de los usuarios y contribuyentes. Es imposible sustituir los combustibles fósiles por producción de energía nuclear. Esta fuente sólo cubre entre el 3 y el 4% de la energía que consume el planeta.

La única forma de reducir la dependencia de los combustibles fósiles es desarrollar energías alternativas directa o indirectamente relacionadas con esa megacentral energética, gratuita, duradera y segura que se llama Sol. Pero el desarrollo de las energías alternativas tiene que hacerse creando un verdadero servicio público energético con gestión democrática y transparente de las empresas que operan hoy en día en América Latina.

EL CLIMA TAMBIÉN ES ORIGINARIO

Si alguien se ha movilizado en nuestros países contra el cambio climático son las comunidades campesinas y los pueblos originarios. La lucha contra la invasión de la amazonía por empresas petroleras que devino en la masacre de Bagua, la lucha contra las termoeléctricas ya sea en Chile o en Perú (la lucha de Chilca ha obligado a uno de sus dirigentes a buscar refugio en Chile después de varios atentados contra su vida), la lucha contra la Barrick ya sea en Pascua Lama (Chile) o en Cajamarca (Perú, con la participación protagónica del padre Marco Arana) son, todas ellas, luchas contra el cambio climático aunque no necesariamente lo digan en sus volantes o manifiestos.

Lo que ocurre es que nuestros pueblos, quechuas, aymaras, amazónicos, mapuches, tienen una concepción distinta de su relación con la naturaleza. Mientras en la religiosidad occidental el hombre es semejante a Dios y debe dominar la naturaleza, en nuestras religiones la Pacha Mama es nuestra madre tierra y el hombre debe transformarla creativa pero al mismo tiempo respetuosamente.

El cambio climático es producto de la crisis de una ideología en la que el hombre y la naturaleza son simples mercancías. Cuando decimos que el capitalismo está en contra de las fuerzas productivas no nos referimos necesariamente a máquinas o fábricas, nos referimos a dos temas más importantes e insustituibles: el hombre y la naturaleza.

CALENTEMOS EL CLIMA DE LAS MOVILIZACIONES SOCIALES

La ciudadanía no puede confiar en gobiernos ni multinacionales para salvar el clima, ya que son parte del problema, no de la solución. Tampoco hay que creer en soluciones tecnológicas mágicas que resuelvan el problema sin modificar en profundidad el modelo socioeconómico. El cambio climático no es una fatalidad “natural”, sino una catástrofe social. Ciertamente, los cambios en los hábitos individuales son necesarios para reducir el despilfarro y el consumo desmesurado, pero son totalmente insuficientes para cambiar el modelo de producción y de consumo, aunque representan un germen de una sociedad nueva. Ello sólo es posible construyendo un amplio movimiento social que una en un mismo combate la reconversión ecológica de la economía y la defensa y ampliación de los derechos sociales.

El cambio climático es el fenómeno que sintetiza todos los grandes problemas ambientales de nuestro tiempo, que nos obliga a buscar una alternativa coherente de conjunto al capitalismo y, por consiguiente, permite federar las campañas ecologistas más o menos dispersas que conocemos y tejer una alianza entre éstas y el movimiento obrero organizado que resiste a la crisis capitalista. Es fundamental implicar al máximo de organizaciones sindicales y populares en esta lucha, sobre todo a los sectores que entienden que la defensa de los puestos de trabajo no debe hacerse a costa de mantener industrias antiecológicas, sino luchando por una reconversión ecológica de conjunto.

Todo apunta a que las tecnologías limpias son mucho más intensivas en trabajo que las convencionales. Una producción y transportes descarbonizados -y por supuesto una economía ambientalmente sostenible- generarán un mayor volumen de puestos de trabajo que los actualmente existentes. Pero puede haber desfases temporales o espaciales entre los empleos perdidos y los empleos generados, por ello es necesario anticiparse e identificar:

1. Las consecuencias adversas en cada sector y en cada país que pudieran derivarse sobre todo en relación con el empleo y la justicia social y territorial.

2. Las opciones más eficientes y menos costosas en términos sociales.

3. Las oportunidades que se puedan derivar para el desarrollo de una nueva economía.

Por todo ello, es fundamental impulsar amplias plataformas contra el cambio climático, en todas las localidades y barrios. El 12 de diciembre se desarrollará una movilización internacional en defensa del clima, coincidiendo con la cumbre en Copenhague. Nosotros en Chile no podremos movilizarnos ese día porque coincide con la víspera de las elecciones. Lo que sí podemos es convertir en verde todo el mes. Exigir a los candidatos a que se pronuncien sobre los problemas medioambientales referidos. Exigir al gobierno que participe activamente en la Cumbre llevando verdaderas soluciones y no sólo bonitos discursos. Esperamos que en el Perú las organizaciones sociales repliquen estas movilizaciones y estén en las calles el 12 de diciembre en coincidencia con la cumbre en Copenhague.

Por ello exigimos que la Cumbre adopte entre otras las siguientes decisiones:

Drástica reducción de emisiones mundiales de CO2 para evitar pasar el temible límite de incremento de 2ºC de la temperatura media y, para ello, las emisiones globales deben experimentar una inflexión a la baja a partir de 2015. En consecuencia, los países industrializados deberán reducir en 2020 sus emisiones por debajo del 40% respecto a los niveles de 1990. Esta reducción debe darse en el interior de cada uno de dichos países de forma obligatoria y sin recurrir a la compensación por inversiones en terceros países. Se debe lograr la reducción de la demanda de energía primaria en un 20% respecto a 2005 para 2020, conseguir que la contribución de las renovables a la energía primaria ascienda al 30% en 2020 y al 80% en 2050 respecto a los niveles de 1990.

Impulsar un nuevo modelo de generación de la electricidad de manera que las energías renovables cubran el 50% de la producción en 2020 y el 100% en 2050.

Apoyar el tránsito a una economía libre de carbono de los países empobrecidos mediante más y mejores ayudas para mitigar y prevenir los efectos del cambio climático. Ello implica crear un fondo de adaptación para los países empobrecidos, que se alimente de la fiscalidad sobre los combustibles fósiles y nucleares en los países industrializados y también facilitar la transferencia de tecnologías limpias de las metrópolis imperialistas a los países empobrecidos, en pago de la deuda ecológica.

Reforma radical de los denominados Mecanismos de Desarrollo Limpio (MDL) que incluya el cese de la comercialización de reducciones de emisiones estratégicas y permanentes. Rechazamos los proyectos que pueden además causar nuevos daños ambientales y sociales, como los basados en la energía nuclear, las grandes obras e instalaciones hidroeléctricas, la deforestación para cambiar los usos del suelo y la captura y almacenamiento geológico del carbono.

Impulso de un nuevo modelo de movilidad sostenible mediante el transporte terrestre de personas y mercancías público colectivo y mayoritariamente electrificado, así como la reducción y racionalización del transporte marítimo y aéreo.

Cambio de modelo productivo cuyo objetivo es la producción limpia, mediante cambios también en materias primas, procesos, organización del trabajo y tecnologías.

Asegurar la transición justa mediante la protección de la calidad de vida de trabajadores y de sectores más vulnerables, así como la protección de la economía de las comunidades (diversificación económica, recursos públicos…)

Nadie es ajeno a la solución que se le dé a los problemas ambientales asociados al calentamiento por emisión de Gases de Efecto Invernadero. Todas y todos deben tener voz en el diagnóstico y en las alternativas.

¡SALVEMOS EL CLIMA, NO LOS BANCOS!

Fuente: Attac Chile

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