Celebración se instauró en Dictadura

Teólogo Álvaro Ramis sobre Te Deum Evangélico: “Alimenta una representatividad falsa”

El teólogo conversó con El Ciudadano a propósito de la escena vivida por la máxima autoridad republicana en medio de una celebración cívico-religiosa convocada por un grupo de iglesias evangélicas. Señaló que la instancia no representa a todas las iglesias evangélicas, que la celebración nació del clientelismo pinochetista y que debiera abrirse camino a una celebración que aceptara a todos los cultos.

Por Javier Paredes

11/09/2017

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La escena fue bochornosa. Las iglesias evangélicas convocaban -como acostumbran a hacerlo desde 1975- a las autoridades políticas a realizar un ritual de acción de gracias. La tribuna -que ha sido tomada por el mundo evangélico para realizar un balance político- se ocupó para desplegar una crítica a la agenda legislativa del Gobierno; en especial respecto del aborto, del matrimonio igualitario y del derecho de adopción de parte de familias homoparentales.

Arriba del púlpito, las autoridades religiosas se dirigían a las autoridades políticas. Parecía una ocasión en que el “poder temporal” de las autoridades electas por las personas debía rendirse ante el “poder espiritual” de las iglesias. Con presencia de la Presidenta de la República y algunos candidatos presidenciales, la audiencia abucheó a Bachelet; enardecida, le gritaron “asesina” y aplaudieron a Sebastián Piñera.

Álvaro Ramis, teólogo y ex presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica en 1998, en conversación con El Ciudadano comparte sus impresiones, en perspectiva histórica.

El Te Deum evangélico se acopla al Te Deum Católico, de más larga data. Instaurado por José Miguel Carrera en 1811, se ha celebrado ininterrumpidamente cada septiembre. El principal cambio que ha tenido esta celebración fue propuesta en 1971 por Salvador Allende, quien solicitó a la autoridad eclesiástica, Raúl Silva Henríquez, ampliar el carácter de la celebración: de católica, se transformó en ecuménica.

El sentido original de esta celebración se remonta a los tiempos previos a la República, bajo la vigencia del régimen monárquico: “El rey era ungido por el Papa y había una integración total entre ambos poderes”, apunta Ramis. Luego de la Independencia, el carácter político es otro. La celebración “se mantuvo porque había que incorporar a una parte de la población que tenía que adherir a la nueva república”, señala el teólogo. El objetivo, entonces, es la integración. Y la política pública, el Te Deum.

Abrir todos los cultos

Fue Augusto Pinochet quien agregó la celebración evangélica en 1975. Ramis señala que “la Dictadura cede a un negocio político con el mundo de las iglesias evangélicas más fundamentalistas, en donde hay una reciprocidad: algunas iglesias evangélicas ofrecen apoyo político a la Dictadura y, como pago, el régimen ofrece reconocimiento simbólico, financiamiento y espacios de clientelismo para poder ellos recibir recursos y gestionar distintas prebendas para sus fieles”, explica Ramis.

Nuevamente, el objetivo es la integración o coaptación política: “Los mediadores de estas prebendas son los propios líderes de estas iglesias”, puntualiza. En definitiva, es poder para las cabezas.

Sin embargo, hay una trampa. Se trata de que estas no son la totalidad de las iglesias evangélicas. “Ellos tampoco representan a todos los evangélicos, sino a una facción que logró esta prebenda en 1975”, destaca Álvaro Ramis. El teólogo apunta que “mantener por tanto tiempo este Te Deum no tiene sentido”. “Aquí se alimenta una representatividad falsa”, remata.

¿Mantener el Te Deum?

Por este motivo, Ramis considera que lo razonable sería realizar “una sola ceremonia, neutral, para hacer un gesto espiritual de agradecimiento por el ciclo anual del país, como se hace en otros países. Donde todas las autoridades religiosas puedan compartir en igualdad, en una espacio también neutro, no la Catedral”.

Relata que una vez advenida la democracia y abierta la etapa de la transición, se crea la Oficina Nacional de Asuntos Religiosos (ONAR), dependiente del Ministerio Secretaría General de Gobierno. Su objetivo era “generar un enlace con el campo de las distintas iglesias; en específico, las evangélicas”. Fue en ese espacio en donde -señala- se eludió no intervenir: “Se acordó allí no hacer reformas y esa fue una mala decisión en relación al Te Deum adquirido en Dictadura”. ¿Una decisión acorde a la separación de la Iglesia y el Estado, de la Fe y la Razón? No. Más bien una consideración política, al estilo de la transición: “Una cosa difícil de hacer es romper una tradición, quitar es más difícil que dar. Entonces, se evitó, para eludir el costo político”, concluye Ramis.

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