La triste historia de como Forestal Arauco destruyó la vida de comunidades cercanas a planta Nueva Aldea e hizo desaparecer «La Concepción»

Celulosa Arauco, una empresa dedicada a la fabricación de pulpa de celulosa y derivados como madera aserrada y paneles, que es parte del grupo económico Angelini, ha tenido un impacto negativo y generado deterioro en la calidad de vida de las comunidades de Ránqui

Por Leonardo Buitrago

08/02/2023

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El pasado jueves el alcalde de Ránquil, en la región de Ñuble, Nicolás Torres, confirmó que -de manera preventiva- se había tomado la determinación de evacuar la totalidad del poblado de Nueva Aldea producto de los incendios registrados en el sector.

Asimismo, la empresa Arauco anunció la evacuación preventiva de todo su personal no esencial de la Planta Celulosa Nueva Aldea, producto de las llamas que arrasaban a la localidad de Santa Gertrudis y las condiciones climáticas en esta zona.

Karina Soto, subgerente de asuntos públicos de Arauco, indicó que «producto del incendio que se está combatiendo en la comuna de Quillón, la empresa Arauco ha determinado la evacuación preventiva de sus trabajadores no esenciales del complejo industrial Nueva Aldea».

«En este minuto, el incendio está aproximadamente a 7 kilómetros de la planta, y por las condiciones climáticas que tenemos, se ha determinado evacuar a este personal y solo quedar con el personal esencial y brigadistas», añadió a través de su cuenta de Twitter.

Posteriormente, diversos registros a través de redes sociales mostraron cómo las llamas habían alcanzado las dependencias de la planta de celulosa Nueva Aldea.

La Corporación Nacional Forestal (Conaf), determinó que los siniestros presentes en las diversas comunas de la región presentan un amenaza inminente a personas, viviendas, poblaciones y/o infraestructura crítica, principalmente en Chillán, Chillán Viejo, Quirihue, Quillón y Coelemu. Por lo que cientos de familias fueron evacuadas y otras vieron sus viviendas arrasadas por las llamas, quedando en cenizas.

Impacto medioambiental de Celulosa Arauco

Celulosa Arauco, una empresa dedicada a la fabricación de pulpa de celulosa y derivados como madera aserrada y paneles, que es parte del grupo económico Angelini, ha tenido un impacto negativo y generado deterioro en la calidad de vida de las comunidades de Ránquil.

Las actividades de producción incluyen la liberación de gases nauseabundos. Además de esto, se suman el derrame de líquidos peligrosos al cauce del río Itata;  los ruidos de alto decibel que emiten los camiones que transportan madera y materia primas hacia la planta de celulosa

Álvaro Vergara, investigador del Instituto de la Sociedad (IES), se crió en la localidad llamada La Concepción, ubicada en el Valle del Itata, en Ránquil, la cual se encuentra prácticamente bajo las cenizas.

En la columna titulada «Sobre cómo nos rodearon de pinos«, publicada por Ciper, Vergara presenta un relato construido a partir del testimonio de su madre, habitante de este sector y quien pudo vivir en carne propia el perjuicio ocasionado por la planta celulosa de Arauco a su comunidad.

«Cerca del 2000 nos avisaron que una fábrica de papel se instalaría en la comuna. Al principio hubo expectación. La megaempresa prometía traernos desarrollo: pagaría más impuestos, contribuiría en obras sociales, donaría infraestructura, promovería el deporte y, lo más esperado, ofrecería trabajo y especialización. En ese momento no logramos darnos cuenta de lo negativo que se venía. Para ser justos, nadie lo hizo. Todos, o casi todos, miraban con expectación hacia adelante; excepto los más viejos, para quienes se anunciaba el fin de su vida tranquila de siempre», recordó.

Destacó que en un principio los habitantes creyeron en que la instalación de la planta les ayudaría a salir de la precariedad, pero esas esperanzas luego se fueron desvaneciendo cuando las obras concluyeron.

«En ese entonces apenas dimensionábamos el perjuicio de que nuestras casas colindaran con el sospechoso nuevo armazón de fierros y tuberías. Las sierras funcionaban día y noche, expeliendo vapores ardientes capaces de volver gris ese cielo limpio. Utilizando un antiguo bosque de eucaliptos como una cortina frente a la comunidad, la planta de Celulosa Nueva Aldea comenzó a operar para no detenerse nunca más. Desde ese momento ya no podíamos cruzar cercos, pues había guardias vigilando. Solo veíamos desde afuera cómo los regadores rociaban la madera. El ruido y el movimiento del desarrollo económico cambiaron el ritmo de nuestros pensamientos», explicó.

En su columna, el investigador lamenta que Concepción, el lugar donde creció y se desarrolló su madre, su familia y vecinos «ya no existe».

«La forestal, sabiendo que con su actividad ponía en riesgo la vida de los vecinos, terminó comprando sus terrenos, enviándolos al desarraigo (muchos de sus habitantes más tarde intentaron formar comunidades similares en pueblos cercanos)», señaló.

«Los bosques de pinos nos terminaron por cubrir»

Según el relato de Vergara, el fin de la comunidad comenzó desde que «se asentó la papelera y su ruido a tronadura».

«La Celulosa utilizó toda su fuerza fáctica, jurídica y económica para aumentar sus beneficios en desmedro de la vida de pobladores de bajos recursos. Pese a que proveyó trabajo para algunos, para la mayoría muchas dimensiones de la vida fueron empeorando con el tiempo», recordó al enumerar todos los estragos que supuso para los habitantes de esta localidad las actividades diarias de la planta celulosa.

«Camiones madereros cargados hasta casi colapsar y sin ningún tipo de cubierta pasaban día y noche a altas velocidades por nuestros caminos. El ruido de la empresa no nos dejaba dormir en la noche. Un olor asfixiante, como a rata quemada, impregnaba nuestros cuerpos, pelos, casas y camas. El río Itata fue contaminado, pues sirvió como conducto hacia el mar de los químicos expulsados en los procesos del papel. Los pozos, vertientes y canales de los que tomábamos agua podían estar infectados. El tren que utilizaba la empresa hacía sonar sus bocinas entremedio del poblado a las tres de la madrugada. Y, luego de un par de años, los bosques de pinos nos terminaron por cubrir.

«Nuestras actividades transcurrían ahora entre monocultivos y contaminación. Donde antes había quillayes, boldos, robles y laureles, se plantó pino. Nos rodearon de ese invasor foráneo que cercó nuestras casas a un ritmo apresurado», acotó.

Vergara explicó que para los habitantes de la zona, el único escenario posible a era «plantar, abandonar, cortar y vender: una ganga».

En la columna, el autor describió además la depredación ambiental ocasionada por el monocultivo de pinos en la región de Ñuble, y el peligro que representa para la propagación de incendios forestales.

«El pino, en zonas con estrés hídrico debe ser una de las especies más dañinas. Tan rápido como crece, destruye y desequilibra por completo al ecosistema en el que es inserto. Ofrece un medio perfecto para alguien que busca beneficios rápidos. En la primera etapa, solo se necesita comprar un terreno y plantar; y en tres o cuatros años se tendrá un bosque listo para la tala. Mientras el empresario o microempresario produce, seca las napas, destruye la flora y fauna autóctona, y corroe el suelo. Aun así, lo más peligroso sigue siendo su carácter inflamable. El pino es el conductor de fuego perfecto», indicó.

Recordó además que el infierno y la tragedia que enfrenta hoy día las familias del centro sur del país a causa del fuego arrasador, es un escenario que lamentablemente siempre está latente.

«Lo que está pasando, la gente del Ñuble lo veía venir; para sus vecinos era tema recurrente. La zona venía siendo azotada por incendios durante los últimos años. Ahora, ante la falta de planes de contención, muchos tendrán que levantar sus casas entre los escombros, con la esperanza de no encontrar a sus animales calcinados. Varios me contaron que el sonido de los árboles quemados y el quejido de los animales era lo más parecido a estar en el infierno sobre la tierra».

Peligros del monocultivo e indolencia de las forestales

El investigador planteó que aunado a los efectos del calentamiento global, Chile debe lidiar con los peligros de los incendios forestales en zonas de monocultivo y la indolencia de las empresas forestales.

«Tenemos mucho por hacer a nivel local: la zona centro-sur se llenó de pinos y eucaliptus y el agua escasea. Mientras tanto, y cuando más que nunca esperamos una reacción, los que dirigen las forestales están en silencio», planteó.

Segñun el investigador, undustrias como la Celulosa siguen siendo necesarias, más aún en un país exportador de materias primas. Chile necesita producir, su gente lo requiere. El problema está en los límites, las formas y en las promesas incumplidas.

«La empresa nunca se hizo parte de la comunidad. La especialización nunca llegó: los cargos de sueldos altos son ocupados por personas de afuera y la zona se llenó de trabajadores de empresas contratistas. Los camiones madereros son un peligro. El río está oscuro, el agua escasea en verano, el olor provoca jaquecas, el ruido no deja dormir, los tóxicos producen enfermedades y los pinos favorecen los incendios. Los altos mandos de Arauco viven desconectados, en sus barrios exclusivos, mientras a la gente del Ñuble se le queman sus casas·, recordó.

Para Álvaro Vergara, los incendios forestales registrado en el país son una oportunidad para presionar por un cambio.

«Esta ola de incendios tiene que ser el punto de inflexión que necesitamos. Ante la magnitud de la catástrofe lo mínimo que debería exigirse a las forestales y también a madereros más pequeños es que se intercale un porcentaje de bosque nativo en sus monocultivos. ¿Quiere producir? Reforeste una parte con flora autóctona. ¿Piensa hacer negocio? Aleje sus pinos de las poblaciones. ¿Busca ganancias? Retribuya a la zona que sufre las consecuencias negativas de su industria», señaló.

«La reacción debe venir de forma propositiva, buscando el equilibrio entre desarrollo y sustentabilidad. Si no, este infierno terminará consumiéndonos a todo», advirtió.

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